En estos tiempos en los que la creatividad y la necesidad de diferenciarse de los demás es crucial para cualquier marca, tener ideas, buenas ideas es imprescindible.
Con mucha frecuencia caemos en el error de pensar que las ideas nacen de los árboles, que aparecen en nosotros de forma casi mágica, cuando esta concepción de la creatividad está muy pero que muy lejos de la realidad.
Y es que las ideas son como los ojos del río Guadiana, que aparecen y desaparecen cuando menos te lo esperas, pero insisto, no es magia, es un proceso creativo que tiene lugar en nuestro cerebro y que mejora a medida que lo practicamos.
A pesar de que la ciencia nos ofrece una explicación, no sabemos a ciencia cierta qué ocurre en nuestro cerebro durante este proceso creativo, ya que, en realidad, es la suma de varios procesos que tienen lugar al mismo tiempo.
Existe una falsa creencia que afirma que solamente se activa un hemisferio de nuestro cerebro, aunque, en realidad, participan activamente los dos. El motivo es que ambos hemisferios están intrínsecamente conectados, siendo la única diferencia existente entre ellos los procesos cognitivos que se producen en uno, en el otro o en los dos.
Igualmente, circula una falsa leyenda que dice que los humanos usamos uno u otro lado del cerebro. Usamos los dos. Este mito nace en la década de los 60, al detectar pacientes cuyos corpus callosum, es decir, las hebras que conectan los dos hemisferios, estaban rotas. Esto provocaba la comunicación errónea entre ambos hemisferios, lo que, por otro lado, permitió investigar cómo funcionaban los hemisferios por separado, individualmente.
Ahora bien, ¿qué ocurre en nuestro cerebro durante el proceso creativo?
Se conoce la existencia de tres zonas cerebrales que intervienen en él activamente: la red de control de la atención, que nos permite centrarnos en una tarea específica, la red imaginativa, la que se usa para imaginar futuros escenarios y recordar cosas que han ocurrido en el pasado, y la de la flexibilidad atencional, que nos permite cambiar entre las dos.
Los estudios explican que durante el proceso creativo se produce una reducción de la actividad del centro de atención, que permite aflorar a la imaginación y la aparición de nuevas ideas. La segunda parte acrecenta la activación de la parte imaginativa y de la flexibilidad atencional.
James Webb describe dos principios en la producción de ideas, que no es nada si no se combina con otros elementos y que la capacidad de unir viejos elementos de nuevas formas depende mucho de la capacidad de ver relaciones. Este elemento es el más importante a la hora de producir ideas, pero es una capacidad que necesita ser entrenada.
Debido a que las ideas nacen de la combinación de ideas antiguas, necesitamos crear un inventario mental antes de empezar a conectarlas entre sí, pero preparar nuestro cerebro para esto requiere esfuerzo y tiempo. La parte más difícil es la de recopilar el material que necesitamos para crear nuevas conexiones en nuestro cerebro. Nuestros pensamientos necesitan tiempo para “establecerse” antes de que nuestra creatividad emerja y se ponga a funcionar. Dejar tiempo a nuestro cerebro ayuda a que el cerebro vea que podemos trabajar en nuestra creatividad, para lo que también es positivo encontrar un espacio para ello.
Pero indiscutiblemente, lo más complicado es dejar trabajar al cerebro. No debemos obsesionarnos con encontrar la mejor idea, sino dejar lugar a nuestro subconsciente, que sean las ideas las que afloran por sí solas, aunque nosotros las ayudemos a salir de su escondite, y sólo entonces será cuando digamos “¡Eureka!”, aunque sea necesario trabajar la idea.
Comprender el proceso creativo puede ayudarnos a producir las ideas que necesitamos aunque hay algunas cosas que podemos hacer para que nuestras ideas sean mucho mejores. El último estadío del proceso creativo es la crítica de las ideas que producimos. Esto nos permitirá sacarle el mayor potencial y rendimiento.
Por otro lado, hay muchas personas que piensan que tener ideas siempre es sinónimo de tenerlas buenas, pero lo cierto es que tener muchas malas ideas puede ser positivo, porque se pueden convertir en muy buenas si las trabajamos adecuadamente.