Nos encontramos inmersos en una vorágine digital en la que existen herramientas para absolutamente todo lo que necesitemos hacer. Podemos encontrar multitud de herramientas para tratar y escribir textos, para publicar blogs, para gestionar nuestros canales sociales, para medir… y, solamente tras un proceso, a veces largo, de prueba y error no podemos saber a ciencia cierta cuál es la mejor para nosotros.
Las herramientas están muy bien para ayudarnos a realizar nuestras tareas, ya sea mantener al día nuestro calendario o para, como he dicho antes, escribir y publicar una entrada en nuestro blog. Son indispensables para los profesionales.
Pero, como todo, las herramientas usadas en exceso nos perjudican más que benefician, ya que podemos llegar a perder la perspectiva y nuestros objetivos.
Para muchas personas, realizar un trabajo digital como Community Manager, por ejemplo, es sinónimos de utilizar diez herramientas para diez cosas distintas, y, de igual modo que una guitarra sin saber tocarla suena mal o, y esto os lo aseguro (puesto que toco estos dos instrumentos), una armónica mal tocada suena igual que si estuviésemos pisando la cola de un gato, las herramientas son muy útiles siempre y cuando tengamos muy claro que no son el Santo Grial y que una herramienta cumple una función.
El martillo no hace al carpintero, igual que la herramienta no hace al profesional dospuntocero.
Es muy común que todas aquellas personas que utilizan muchas herramientas no suelen saber usar bien ninguna. Es como el refrán que decía mi madre, esa fuente de sabiduría popular, “quien mucho abarca, poco aprieta”, o lo que es lo mismo, si picas de muchos lados, no comes de ninguno.
Por ese motivo es preferible usar una o dos herramientas y aprender a sacarle todo el jugo posible que andar trasteando con diez y solamente saberla usar al 10% de su capacidad.
La herramienta por sí puede ser buena, pero tú eres quien la hace mejor.
Por otro lado, las herramientas fallan y no puedes depender de ellas al 100% porque en esos casos te quedas sin recursos. En estas ocasiones sí conviene tener un plan B, usar otra similar o saber cómo reemplazarla de forma efectiva. Ahí interviene tu saber hacer.
¿Y tú, cómo usas las herramientas? ¿Cuántas utilizas?